Hoy me he levantado y el interruptor no funcionaba, la luz no se encendía. El cielo oscuro presagiaba una fuerte tormenta.
Me he mirado al espejo y me he visto vacía, sin ilusión y sin esperanza, con los esquemas rotos, sin pegamento para más parches ni cinta aislante con la que envolverme.
Le he echado la culpa de mi debilidad y hastío a este tiempo intermitente que unos días decide sonreír y otros nublarse.
Pero lo cierto es que el tiempo no tiene la culpa.
He mirado hacia dentro porque me olvidé de hacerlo mientras observaba y analizaba el exterior, entonces me he descubierto exhausta. Sí, exhausta porque la lágrima que mantiene húmedo mi ojo se ha secado de tanta exposición a un mundo externo, olvidando que lo verdaderamente importante estaba dentro.
Exhausta de cargar con mochilas que no me corresponden y pesan demasiado; exhausta de estar siempre.
He recordado una cita de un libro de Elvira Sastre que dotaba de sentido mi situación: "La soledad es mirar a unos ojos que no te miran". Mirar y que no te miren, estar acompañada pero estar sola.
He vuelto a mirarme en ese mismo espejo en el que hace unas horas sólo se reflejaba una silueta consumida y entonces, en el lado superior izquierdo del pecho de esa figura, he visto una pequeña luz que intentaba encenderse e irradiaba pequeños destellos consiguiendo generar un débil halo alrededor de mi cuerpo. En ese preciso instante he sabido que acababa de aprender algo nuevo...
Supongo que soy como una bombilla a la que se le ha roto el interruptor, supongo que soy como el tiempo...
Supongo que sólo necesito que el sol se ponga para arreglar este desperfecto.
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