lunes, 14 de marzo de 2016

Aire (II Parte)

Venirme aquí fue difícil, dejar todo, empezar de cero en un sitio que no conozco, con una cultura completamente distinta y sola, sobre todo sola…

Me preparé como cualquier otro día, aunque no lo fuera, y me dirigí al aeropuerto con nervios en el estómago… La vi salir, tacones de suela roja,  vaqueros apretados, camisa blanca ahogada por el cinturón de piel, collar de plata, americana negra y el carmín en los labios… Hacía mucho que no veía a mi mejor amiga, pero seguía con esa cara de niña, esos hoyuelos cuando se reía y esa espontaneidad, también llamada locura, que siempre me había cautivado… Cuando me marché pensé que nuestros fuertes lazos quedarían en el olvido, que Londres no estaba lo suficientemente cerca como para visitarme a menudo y que además, yo no podría ir a Madrid porque compaginar trabajo con estudios no me dejaría tiempo libre y sin embargo, afortunadamente, me equivoqué…

De vuelta a mi pequeña habitación en el centro londinense no paramos de hablar… Me contó cómo le iban los últimos meses como universitaria, sin olvidarse de insistir en que teníamos que comprarnos juntas el modelito para la graduación, que el supervisor de su trabajo de fin de carrera era una persona muy cultivada y que eso le facilitaba mucho el proceso. Su familia seguía como siempre, su hermano insoportable en esa edad del pavo que también nos acechó a nosotras no hace tanto y sus padres sacando adelante la empresa. Yo la escuchaba boquiabierta, llevaba un tiempo ansiando escuchar una voz conocida y en mi idioma…

Llegó mi turno y como si se tratase de un muñeco al que dan cuerda, comencé a contarle todo lo que me había sucedido en mis primeros seis meses fuera de casa, cómo estaba y que, para qué engañarme, la había echado muchísimo de menos al igual que a mi familia.

Tras pocas horas de sueño y muchas recorriendo los lugares más especiales de Londres la vi haciendo la pequeña maleta que había traído y pensé que jamás cuatro días se me habían pasado tan rápido… La acompañé al aeropuerto y tras una agridulce despedida con promesas de vernos pronto se marchó…

Al llegar a mi caja de cerillas, me tumbé en la cama y reflexioné sobre todo lo que había pasado en mi vida en los últimos años, era el momento adecuado…  Terminé esa etapa tan mortificante para cualquier estudiante como es el bachiller, no tenía ni idea sobre mi futuro y creo que en esos momentos escuché a mi corazón decidiendo que mi vocación en la vida era la de escribir y emocionar a la gente a través de las palabras… Entré en la facultad con miedos, inquietudes y sobre todo ilusión por vivir una nueva etapa en la que aprender y por qué no conocer a alguien con el que compartir todas esas emociones. Al poco tiempo apareció esa personajilla que acaba de marcharse en un avión. Es, paradójicamente, tan distinta y tan igual a mí…
Sin darme cuenta llegó el cuarto año de carrera y decidí que quería salir de mi hábitat, conocer mundo, vivir experiencias nuevas que me hicieran ampliar horizontes, crecer como persona y respirar un poco…

Estaba siendo una experiencia muy bonita pero a la vez complicada, aquí no tenía a nadie con quien poder desahogarme, reírme, pasármelo bien… Si me ponía mala no estaba mi madre para decirme si eso era de paracetamol o de ibuprofeno y sin embargo sentía que todo esto estaba mereciendo a pena, que en la vida no son todo flores que a veces tienes que sentirte un poco sola para echar de menos a esos a los que un día dijiste que te dejaran en paz, nunca llegué a imaginar que se podían añorar tantas cosas... Y es que son esas circunstancias las que me hacían darme cuenta de la cantidad de pequeños detalles que me brindaba la vida, que no todo era tan malo, todo lo contrario, que es mejor querer matar a tu amiga que echarla de menos…

En estos instantes me estoy levantando porque nadie me va a hacer la comida y ahora que lo pienso, creo que debería ir a comprar…

No hay comentarios:

Publicar un comentario