“Una
noche de luna llena sin estrellas, una calle en la que el aire es el único
transeúnte, la pluma que su padre le regaló, unos versos sin acabar y el cuerpo
de Simón sobre las escaleras con un reguero de sangre brotando de su cabeza…”
Terminé
de leer el primer párrafo del libro y lo cerré de golpe, eran las dos de la
mañana y no me apetecía empezar una novela negra sin nadie en mi casa. Me
aseguré de que la puerta estaba cerrada, cogí al cachorro de Westy en brazos,
lo dejé en la cama, me lavé la cara y los dientes. Me acosté, mañana sería otro día…
Sonó el
despertador y lo apagué sin mucho cariño, me levanté, me mojé la cara
esperanzada por ver si el agua congelada me despertaba definitivamente. Cogí
una camiseta blanca, unos vaqueros y las vans, colonia, raya en el ojo, labios
pintados, llaves, mochila y casi dos horas de tren, como todas las mañanas…
Había
metido aquel libro policiaco en la mochila y a quince minutos de llegar lo
saqué. Sólo quería observar la portada, esa que tanto me llamó la atención en
la librería y que me convenció hasta llevarme a la caja para pagarlo. No era
muy amante de este tipo de géneros pero no sé por qué sabía que ese libro era
diferente…
Me bajé
del tren mientras lo guardaba, me dirigí hasta mi clase donde me estaría
esperando la loca de mi mejor amiga que como cada mañana me informaba de todas
las noticias que habían acontecido hasta el momento en el mundo y, sobre todo, en
su vida… Al llegar allí no la vi y me extrañé porque desde que la conozco nunca
se ha perdido una clase por muy mala que estuviera. Saqué mi móvil y escribí un
mensaje rápido “¿Dónde estás?”, no tardó mucho en contestarme… “No te vas a
creer lo que ha pasado… al salir de casa mi vecino, el poeta ese del que tanto
te he hablado, estaba en las escaleras de fuera con un buen golpe en la
cabeza”, en ese momento recordé el primer párrafo de la novela, no
podía creer que estuviese pasando lo mismo, había leído muchas en las que al
protagonista terminaba sucediéndole lo mismo que al personaje del libro que
leía… Tras este lapsus mental contesté el mensaje con un “No puede ser…” a lo
que ella respondió “Pues claro que no puede ser… Estoy leyendo el libro que me
dijiste el otro día y estoy enganchadísima, lo siento pero hasta que no lo
acabe no salgo de mi casa” Menos mal que no la tenía delante porque si llega a
estarlo… la mato, ya estaba suficientemente paranoica las últimas semanas como
para que alguien me volviera más loca. Guardé el teléfono en mi bolsillo y
aunque estuvo vibrando toda la mañana no lo toqué. Terminaron las clases, fui a la cafetería a
por un bocadillo y decidí que no era momento para volver a casa así que me fui
a recorrer el centro de Madrid.
Pasé a
unas cuantas tiendas porque tenía que hacer unos regalos pero parecía no ser mi
día, así que pensé que lo mejor sería llegar a casa, darme una ducha, ver algún
capítulo de Breaking Bad y acostarme. Abstraída en mis pensamientos el camino
de vuelta se me hizo muy corto…
Cuando llegué
a la universidad al día siguiente, mi querida amiga, a la que casi mato, me
esperaba con los brazos abiertos, pero le dejé ver que no estaba para abrazos y
mucho menos para bromas… Al pasar por su lado
ni siquiera la saludé… Me senté
en la mesa, me quité los cascos y las gafas de sol, saqué un buen taco de
folios y un bolígrafo Bic azul, no presté ninguna atención a la clase...
Estaba
realmente harta, necesitaba unas vacaciones, salir y olvidarme de todo… El
último año me iría de Erasmus, había tomado la decisión.
No hay comentarios:
Publicar un comentario