jueves, 3 de marzo de 2016

Puntos suspensivos

He intentado escribirte tantos poemas
que me he quedado sin ideas.
Me he perdido en la rima, en cada verso
en todas y cada una de las estrofas
que componen mi (tu) cuaderno.

Me perdí en ti, 
aún sabiendo que eras imposible 
pero debes saber que
me enseñaron a no rendirme. 

Me llegué a preguntar si 
de verdad eras parte de mi utopía,
porque eras experta en dar largas
pero eran tan irónicas 
que lo único que conseguiste fue que me acercara. 

Te lo tomaste como un juego 
en el que tú apostabas como lo hace un niño pequeño
que apuesta su juguete menos preciado.
Pero enfrente estaba yo,
que apostaba en cada mensaje, en cada palabra, 
en cada mirada, en cada movimiento,
 que sí, apostaba mis sentimientos. 

Sé que te diste cuenta de que todo 
dejó de ser un juego 
y que quizá las apuestas, aunque sean con muñecos 
se pierden y que entonces, 
llega el miedo, la indecisión, el no saber qué hacer 
y el arrepentimiento. 

Te diste cuenta de que no era yo 
la que agarraba tu mano en 
los paseos por Madrid y que los planes
los pensabas conmigo y no con quien dormía contigo.

Perdona que sea sincera pero,
no supiste afrontar la situación,
se te fue de las manos 
y me mandaste lejos aún sabiendo 
que no podías negar todos y cada uno 
de tus malditos sentimientos. 

Es paradójico que acabases tu argumento
con puntos suspensivos, como si tus entrañas 
estuviesen gritando que 
lo que de verdad querías
era un punto y aparte

Una nueva estrofa en la que perdernos,
un cuaderno limpio que esta vez
no fuese  ni tuyo ni mío,
una hoja en blanco
que ocupase un soneto.

Pero nunca fuiste de tradiciones,
se te daban mejor las traiciones. 

Y te delataste, porque aquellos tres simples puntos
dejaron volar toda tu inseguridad 
y poca certeza 
de ponernos
un punto 
y final. 







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