miércoles, 8 de marzo de 2017

Hoy

Hoy, otro año más, vuelvo un 8 de marzo para escribirte, para escribirme, para escribirnos.

Hoy, te escribo desde la esperanza inquebrantable de la mujer que se levanta cada mañana, con vulva o pene entre las piernas, y mira por la ventana deseando que el único minuto de silencio que se cumpla sea el de dos bocas que al unísono escriben el mejor de los poemas jamás escrito.

Hoy, te escribo desde la inocencia de esa niña con dos coletas que se tira por el tobogán ignorando el abismo que, por desgracia, le espera.Hoy, te escribo elevando la voz de todas aquellas a las que se la arrebataron y arrebatan cada día.

Hoy, te escribo desde la memoria recordando a cada una de las que salieron a la calle y se atrevieron a ser rebeldes luchando por ser iguales.

Hoy... Hoy te escribo deseando no tener que escribirte un mañana. 

(He intentado mantener la compostura escribiendo estos primeros párrafos, pero para qué mentir, no es la tinta la que hoy deja huella, son la rabia y las lágrimas quienes se manifiestan en estas palabras) 

Sigo escuchando todos esos gritos internos y observando todas esas miradas carentes de esperanza que acompañan a cada mujer asesinada, cada etiqueta forzada, cada abuso y violación, cada insulto por defender lo que nos pertenece (nuestra vida y nuestras decisiones), cada juicio de valor por nuestro comportamiento, vestimenta y hasta por la forma en la que respiramos.

Ahora dicen que somos unas feminazis que nos quejamos porque es la nueva revolución y está de moda... Y qué pena que admitan como moda la defensa de unos derechos que llevan recorridos tantos kilómetros, tantas banderas y la lucha de tantas mujeres que murieron sin poder ver que sus hijas y nietas cogían un sobre y una papeleta para decidir sobre el mundo en el cual vivían. 

Hace un año le escribía a mi madre que todo esto merecería la pena cuando una mujer se levantase por la mañana y al mirar por la ventana viese que, de verdad, todo había cambiado... 

Mamá, 365 días después sigo sin poder decirte que toda nuestra lucha ha merecido la pena.

Hace justo un año le escribía a mi madre que me había enseñado a no rendirme y que eso era lo que intentaba hacer. 

Mamá, sigo intentándolo.

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