miércoles, 20 de enero de 2016

SENTIR

Las manos en los bolsillos, las gafas de sol como arma para evitar el contacto visual y los cascos con esas canciones que sólo escuchas en determinados momentos de tu vida… Paseo por la calle sin prestar atención a nada, necesito evadirme un rato, tomar aire y reflexionar después de todo lo acontecido estos días… Me siento en un banco y fijo la mirada en un pequeño árbol que han plantado hace unos días, siempre me había preguntado cómo algo tan grande podía ser sujetado por tierra y aunque cualquier biólogo podría darme una explicación de lo más razonable, me gusta pensar que la tierra es como una madre… Protege, alimenta, defiende... Pero, ¿qué pasa cuando no está? Pues que hay que aprender a vivir sin ella, que hay que adaptarse a las nuevas circunstancias, porque uno nace, crece, se reproduce y muere. La verdad es que me encanta como las ciencias simplifican todo tanto… Somos eso, algo finito que tiende a reproducirse para que el proceso vuelva a repetirse y, sin embargo, en medio de todo eso ¿qué queda? Si nuestra única misión en la Tierra es la de reproducirnos,  ¿por qué dedicamos nuestra vida a sentir?, ¿por qué condicionamos nuestra existencia a buscar esa media naranja o a probar mandarinas hasta encontrarla?, ¿por qué la condicionamos al qué dirán o a competir con el de al lado por ser mejor?... ¿Por qué?... 

Un balón acercándose a mis pies me hace salir de esa evasión repentinamente, lo paro con el pie y pocos segundos después aparece un niño de unos dos años luchando por correr sin caerse en busca de su preciado juguete, se lo doy y se marcha con una sonrisa de oreja a oreja de esas que hace mucho que no aparecen en mi rostro… -“¡Muchas gracias!”- me giro al oír la voz y veo a la madre de la criatura que parece estar muy agradecida ante mi gran proeza- “¡De nada!- le contesto.

Me tumbo en el banco sin importarme las miradas de los allí presentes, esta postura me permite observar el cielo y hacer de “nubeóloga”, sí, así creía que se llamaban los que analizaban las formas de las nubes cuando era pequeña… A eso me dedico sin mirar el reloj, por una vez quiero dejar que el tiempo vuele como ese pájaro que planea sobre los árboles esquivando las ramas… ¿Qué habrá más allá?, ¿será cierto que hay otros sitios ahí arriba como la Tierra?, ¿se apagará el Sol algún día? ¿y eso de los agujeros negros?...  Siempre he pensado que si todo el dinero destinado a la NASA se dedicara a estudiar la Tierra y paliar, por ejemplo, el hambre quizá nos iría mejor. Un astrónomo, o un físico o cualquier persona especializada en este ámbito me diría que la vida de la Tierra terminará en algún momento y que terraformar  otros planetas posibilitando la vida humana en ellos es una forma de prolongar nuestra existencia… Aunque sería una explicación lógica, vuelvo a eso de “nacer, crecer, reproducirse y morir” si ese es nuestro ciclo vital ¿por qué nos interesa tanto invadir otros sitios y modificarlos para poder vivir en ellos?, ¿y si nos preocupamos por mejorar nuestro hogar?...

Llego a la conclusión de que a menudo los humanos nos alejamos de lo simple, que no nos conformamos con vivir para procrear, que queremos dominar la Tierra pero ella nos demuestra día a día que puede con nosotros, que por mucho que los mejores científicos diseñen edificios magníficos, el día menos pensado llega un tsunami o un terremoto, que de nada sirve dar datos de cuando se van a descongelar los Polos si no se hace nada por evitarlo; que no somos capaces de tirar una botella al contenedor verde porque la excusa perfecta es “como a mí no me va a tocar” y sin embargo aceptamos que se manden cohetes al espacio que tienen como finalidad un futuro lejos de la Tierra…

Mientras paso las horas muertas tirada en el banco viendo el atardecer, en la otra parte del mundo hay gente que, por desgracia, no tiene la oportunidad de pasar las horas porque un terremoto ha acabado con su vida, que en otra  una bomba ha arrasado todo lo que hay a su alrededor, que otros están pasando hambre y no tienen ni para beber…  Yo, a pesar de todo, vivo en un lugar, podríamos decir que, tranquilo, las tripas no me suenan, no corro el riesgo de que un tsunami se lleve mi casa y tengo más cosas de las que necesitaría para sobrevivir, sin embargo ¿por qué no convivo con una sociedad feliz?, ¿por qué veo que cada vez la gente quiere más?...

El cielo está demasiado oscuro, me incorporo, creo que es hora de irse…

La vida es como ese balón que ha pasado por mi lado hace unas horas, siempre hay alguien que te frena; es como ese árbol que necesita de la tierra para vivir, necesitamos un apoyo que nos dé fuerza cuando no la encontramos; es como ese pájaro que sortea las ramas, siempre hay obstáculos que superar; la vida es como la Tierra, damos vueltas buscando el Sol que más calienta, ese que mejores cosas nos trae, ese que más luz aporta… Tenemos altibajos y necesitamos un hombro en el que llorar como la Tierra terremotos tiene que soportar; ésta alberga millones de personas, unas intentan ayudarla y otras todo lo contrario, nosotros nos rodeamos de gente que nos hace crecer y otra que intenta hundirnos…


Nacer, sentir, crecer, sentir, quizá reproducirse, sentir, morirse y que otros sientan por ti, eso es vivir… 

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